miércoles, 3 de diciembre de 2008

SUEÑO


Densa y apretada. Así era la atmósfera aquella noche. En mi pieza, todo estaba en su lugar. La falta de luz le imprimía un sello muy particular. La extrañeza de este sueño parecía resolverse en aquel río que pasaba cerca de mi ventana, y que se extendía hacia la izquierda y la derecha. El río es bastante grande, pensé asombrada. Asombrada también, lo contemplé por un rato. Contemplándolo, me pareció ver algunos contornos río arriba, así, perfilándose. Y me sentí muy contenta cuando esos cuerpos tocaron finalmente mis manos. Los saqué del agua y, no sin sorpresa, me di cuenta que eran pequeñas esculturas de madera, esculturas que representaban curiosos animales: la primera tenía aspecto de león, pero con un cuerpo gordo y lleno de tetas. Otra —al parecer un caballo— tenía el rostro cubierto por su espalda y no se le podía ver. Una tercera parecía elefante, aunque sin orejas. La madera es vieja, pensé: tiene vetas llenas de barro. Los animales son muy peculiares, pensé: no se parecen a nada que yo haya visto. Lentamente, cuando ya eran diez, las sequé y las fui ordenando. Rápidamente llenaron mi pieza con su olor.